En busca de fama y riquezas; honor, gloria y fortuna, atraídos por el fabuloso tesoro del reino de El Dorado, y la inmensa riqueza en especias del País de la Canela, Gonzalo Pizarro inicia la expedición desde Quito, reuniéndose en la falda del volcán, en el Valle de Zumaco, junto a su lugarteniente Francisco de Orellana, que venía de la caliente ciudad de Guayaquil, con veintitrés hombres armados de arcabuces y ballestas.
La expedición se completaba con doscientos españoles y cuatro mil indios. Gonzalo, el más temerario y rebelde de los Pizarro, una familia de fábula, llevaba con él doscientos caballos, cabalgaduras, yelmos, corazas y armaduras; infantes y caballeros. Numerosas llamas, que se utilizaban como bestias de carga, una jauría de perros amaestrados, rebaños de cerdos y provisiones.
Después de penosas fatigas salvando barrancos, lluvias torrenciales, pasando hambre, ataques de los indios que les arrojan flechas envenenadas, cruzando los andes, se internaron en la selva, comenzando las calamidades al atravesar la cordillera, extenuados, donde murieron la mayor parte de los expedicionarios acostumbrados al clima suave de la meseta ecuatoriana.
Faltos de provisiones, la exploración se iba haciendo cada vez más intrincada; la humedad de la selva tropical, la tierra más exuberante del planeta, uno de los lugares más impregnado de leyenda, de una geografía a ratos insalubre, comenzaba a enmohecer los trajes, a oxidar las armas y a descomponer los víveres y las semillas. La pólvora, como no se guardaba con mucha cautela, se humedecía y no servía para nada. Las continuas molestias provocadas por los enjambres de insectos y las mordeduras de vampiros, murciélagos y serpientes venenosas, produjeron un estado de excitación nerviosa entre los expedicionarios.
Adentrándose en las profundidades de la selva, en la inmensidad amazónica, entre su espesura escarpada, pronto empezaron a escasear los víveres, por lo que decidieron construir un bergantín, el San Pedro -que medía unos diez metros de eslora y contaba con un mástil para una vela- por el que navegar por el tumultuoso río Coca. Acordando entonces que Orellana se adelantara en busca de alimentos.